La misión Parker Solar Probe de la NASA ha completado recientemente otro sobrevuelo extremadamente cercano al Sol, adentrándose en una región del espacio donde pocas veces se ha aventurado una nave construida por el ser humano. A pesar de las condiciones extremas —con temperaturas que superan el millón de grados Celsius y campos magnéticos intensos— la sonda continúa su trayectoria planeada, proporcionando datos inéditos sobre la corona solar y el viento solar. Este nuevo acercamiento, que tuvo lugar el 30 de junio, marca el paso número 20 en su ruta orbital, dejando claro que la Parker no solo sigue activa, sino que se aproxima cada vez más al corazón mismo de nuestra estrella.
Un vuelo programado hacia el infierno solar
El sobrevuelo más reciente de la Parker Solar Probe se produjo a una distancia de tan solo 7,26 millones de kilómetros de la superficie solar, lo que equivale aproximadamente a un 5% de la distancia entre la Tierra y el Sol. Aunque pueda parecer lejano, este es uno de los acercamientos más íntimos jamás realizados por una nave espacial. Su velocidad también impresiona: la sonda alcanzó los 635.266 kilómetros por hora durante su máxima aproximación, convirtiéndola en el objeto más rápido jamás creado por el ser humano.
Durante este sobrevuelo, que es el número 20 de un total de 24 planeados, la Parker continúa su tarea clave: recolectar información sobre el viento solar y las estructuras magnéticas de la corona solar. Se trata de una zona tan energéticamente activa que los modelos actuales de física solar aún no logran explicar del todo su comportamiento. En este entorno extremo, los sensores deben resistir una radiación electromagnética abrasadora, partículas altamente energéticas y un entorno plasmático cambiante.
Objetivos científicos bajo fuego estelar
El objetivo principal de la sonda es desentrañar los misterios del viento solar, ese flujo constante de partículas cargadas que escapa del Sol a velocidades supersónicas. Desde la Tierra, percibimos el impacto del viento solar principalmente a través de las auroras polares, pero también puede afectar a los satélites, redes eléctricas y sistemas de comunicación.
Los instrumentos a bordo de la Parker Solar Probe —incluyendo el FIELDS (para medir campos eléctricos y magnéticos), el SWEAP (para estudiar el plasma del viento solar) y el WISPR (para obtener imágenes del entorno solar)— están diseñados para recoger datos sobre:
La aceleración de partículas solares,
Las estructuras del plasma en la corona solar,
Las fuentes de emisión del viento solar lento y rápido,
La evolución de los campos magnéticos solares en tiempo real.
Los científicos están especialmente interesados en una región llamada “zona crítica de Alfvén”, donde el viento solar deja de estar atado magnéticamente al Sol y comienza a propagarse libremente por el sistema solar. Comprender esta transición es fundamental para anticipar tormentas solares y mejorar la predicción del clima espacial.
Tecnología al límite: materiales y escudos térmicos
La proximidad al Sol exige una ingeniería térmica sin precedentes. La sonda cuenta con un escudo térmico de carbono compuesto de 11,43 cm de espesor, conocido como TPS (Thermal Protection System), que mantiene sus instrumentos principales a temperaturas operativas alrededor de los 30 °C, mientras la superficie externa del escudo puede alcanzar más de 1.370 °C.
Este escudo ha demostrado ser crucial, ya que sin él los sistemas electrónicos de la sonda se fundirían en segundos. Además, la Parker Solar Probe incorpora sensores solares retráctiles y sistemas de navegación automática capaces de realizar correcciones de rumbo instantáneas, ya que las señales desde la Tierra tardan varios minutos en llegar.
Una trayectoria cuidadosamente calculada
Desde su lanzamiento en 2018, la misión ha ido utilizando el efecto de asistencia gravitacional de Venus para ir reduciendo gradualmente su órbita. Este tipo de maniobra, conocida como flyby gravitacional, le ha permitido a la sonda acercarse al Sol sin necesidad de enormes cantidades de combustible. Se espera que para su paso final en 2025, la Parker se acerque a tan solo 6,2 millones de kilómetros de la superficie solar, completando así su ciclo orbital.
Cada uno de estos acercamientos ha sido diseñado para mejorar la cobertura de datos. Las ventanas de transmisión se planean con antelación y permiten descargar enormes volúmenes de información científica. En cada perihelio, la nave opera en modo autónomo, registrando continuamente la actividad solar a través de su batería de instrumentos.
Impacto en la ciencia solar y terrestre
Los datos recolectados por la Parker Solar Probe están ayudando a validar, modificar o incluso refutar teorías sobre la dinámica de la atmósfera solar. Uno de los descubrimientos más relevantes ha sido la detección de «switchbacks», es decir, repentinamente bruscos cambios en la dirección del campo magnético del viento solar. Estas inversiones magnéticas podrían estar relacionadas con la forma en que el Sol expulsa parte de su energía hacia el espacio.
Además, la misión proporciona contexto para otras observaciones, como las realizadas por el Solar Orbiter de la ESA y por telescopios solares terrestres como el DKIST (Daniel K. Inouye Solar Telescope). Los resultados combinados de estas misiones permitirán desarrollar modelos más precisos para prever tormentas solares, cuya intensidad y frecuencia pueden afectar directamente a la infraestructura tecnológica terrestre.
Reflexiones finales
La Parker Solar Probe representa una misión pionera no tanto por su espectacularidad, sino por su meticulosidad. Su éxito no se mide en grandes titulares, sino en la consistencia de sus datos y en la manera en que poco a poco está transformando nuestra comprensión de la estrella que da vida a todo el sistema solar. A medida que se acerca al final de su ciclo orbital, es probable que descubramos aún más detalles esenciales sobre los mecanismos de calentamiento coronal y de aceleración del viento solar.
Con cada perihelio, se abre una ventana no solo hacia el Sol, sino también hacia un mejor conocimiento de cómo su comportamiento puede afectar a la vida moderna en la Tierra.

Las tormentas solares, invisibles pero poderosas, representan una amenaza creciente para nuestra infraestructura tecnológica.
La reciente intensificación de la actividad solar ha provocado apagones de radio, desvíos de vuelos y riesgos para cables submarinos e incluso satélites. A medida que nos acercamos al máximo solar del ciclo 25, estas tormentas podrían volverse más frecuentes y disruptivas.
El artículo destaca cómo nuestra dependencia de la tecnología moderna nos hace vulnerables a fenómenos cósmicos que antes pasaban desapercibidos. Es una llamada urgente a invertir en resiliencia espacial y a tomar en serio el clima solar, no solo como curiosidad científica, sino como un factor clave de seguridad global.