Aunque solemos asociar la vegetación con aire limpio y saludable, un nuevo estudio sugiere que ciertas plantas pueden contribuir a la contaminación del aire, especialmente en entornos urbanos. Este efecto se produce cuando liberan compuestos orgánicos volátiles (COV) que, en presencia de contaminantes típicos de las ciudades, reaccionan y generan aerosoles perjudiciales para la salud. Este hallazgo no significa que debamos eliminar la vegetación, pero sí invita a replantear cómo planificar parques, jardines y áreas verdes para minimizar el impacto químico que podrían tener en la atmósfera local.
Plantas y COV: una relación compleja
Las plantas emiten de forma natural compuestos orgánicos volátiles, como isopreno y monoterpenos, que cumplen funciones biológicas muy claras: defensa contra insectos, comunicación química o protección ante altas temperaturas. Sin embargo, en ambientes urbanos con abundante tráfico y emisiones industriales, esos mismos COV pueden reaccionar con óxidos de nitrógeno (NOx) y otras sustancias presentes en el aire. El resultado de esta interacción es la formación de aerosoles orgánicos secundarios (SOA, por sus siglas en inglés), partículas finas que contribuyen a la mala calidad del aire y a problemas respiratorios en la población.
De forma técnica, se estima que las emisiones vegetales pueden participar en la formación de SOA con una eficiencia superior al 30 % en zonas con alta densidad de tráfico y presencia de luz solar intensa, según modelos atmosféricos recientes. Estas partículas, con un tamaño inferior a 2,5 micras (PM2,5), pueden penetrar en las vías respiratorias profundas, lo que aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares y pulmonares.
Un impacto que depende del entorno
No todas las plantas contribuyen de la misma forma a este fenómeno. Especies con altas emisiones de isopreno, como ciertos álamos y robles, tienen un potencial mayor para generar aerosoles cuando se combinan con óxidos de nitrógeno procedentes de los coches. En cambio, otras especies emiten niveles mucho más bajos de COV, por lo que resultan más seguras desde el punto de vista de la calidad del aire.
Aquí es donde entra el papel de la planificación urbana. Si se plantan árboles de alta emisión de COV en zonas con tráfico intenso, el efecto combinado puede empeorar la contaminación en lugar de aliviarla. En términos numéricos, estudios sobre concentración de isopreno han detectado emisiones vegetales de hasta 16 microgramos por metro cúbico en parques urbanos durante los meses de verano, una cifra nada despreciable cuando interactúa con las concentraciones de óxidos de nitrógeno, que pueden superar los 40 ppb (partes por mil millones) en zonas de alta densidad de tráfico.
¿Debemos dejar de plantar árboles?
Evidentemente, no se trata de renunciar a la vegetación urbana. La cobertura verde sigue siendo fundamental para regular la temperatura, aportar sombra, reducir la escorrentía y mejorar la habitabilidad de las ciudades. Pero esta investigación subraya que no todos los árboles son igual de apropiados para todas las ubicaciones. Elegir especies con bajas emisiones de compuestos orgánicos volátiles podría ser una estrategia sensata para equilibrar los beneficios ecológicos con los riesgos potenciales para la calidad del aire.
En el plano técnico, la gestión del arbolado urbano podría incluir parámetros como la tasa de emisión de COV estandarizada (en microgramos de COV por gramo de biomasa y hora) para priorizar aquellas especies con menores emisiones. También convendría tener en cuenta el periodo fenológico de emisión, ya que la mayor liberación de compuestos suele coincidir con los picos de calor y de tráfico en verano, cuando la reacción fotoquímica de los aerosoles secundarios es más intensa.
La ciencia detrás de este descubrimiento
La investigación mencionada, publicada en Science Advances, ha utilizado cámaras de simulación atmosférica para analizar cómo los COV liberados por distintas especies vegetales reaccionan con óxidos de nitrógeno y ozono. Gracias a técnicas de espectrometría de masas de alta resolución, los autores han podido caracterizar las rutas químicas que dan lugar a partículas finas, cuantificando la producción de aerosoles secundarios en diferentes escenarios de contaminación.
Este tipo de aproximación experimental se complementa con modelos de química atmosférica en tres dimensiones, que ayudan a estimar la contribución total de la vegetación al balance de partículas contaminantes en la atmósfera. En términos de eficiencia, algunos compuestos emitidos por las plantas llegaron a generar partículas con rendimientos de hasta el 50 % en ambientes urbanos fuertemente cargados de precursores de ozono, lo que ilustra la magnitud de este efecto bajo condiciones de contaminación reales.
Implicaciones para el futuro de las ciudades
En un contexto de cambio climático y aumento de las temperaturas, las emisiones de COV vegetales podrían incrementarse aún más, porque las plantas tienden a liberar más isopreno y monoterpenos cuando se someten a estrés térmico. Esto significa que las olas de calor, cada vez más frecuentes, podrían amplificar este mecanismo de contaminación secundaria si no se planifican correctamente las especies a plantar.
Una estrategia de adaptación urbana debería, por tanto, combinar el diseño de espacios verdes con criterios de calidad del aire, evitando la introducción masiva de especies que emitan grandes cantidades de compuestos volátiles reactivos. El reto está en compatibilizar el confort térmico que aportan los árboles con la mínima emisión de sustancias que puedan derivar en partículas perjudiciales para la salud.
Reflexiones adicionales
El estudio comentado nos recuerda que la ecología urbana es mucho más compleja de lo que solemos imaginar. No basta con plantar árboles sin más: es necesario analizar el contexto químico y físico de cada ciudad para que las soluciones basadas en la naturaleza realmente funcionen. Aunque la vegetación sigue siendo imprescindible para combatir el calor y la polución, conviene refinar los criterios de selección de especies para no generar efectos secundarios indeseados.
En definitiva, este tipo de investigaciones amplían nuestro conocimiento sobre el funcionamiento de la atmósfera urbana y nos obligan a repensar la integración de espacios verdes. De cara al futuro, incorporar datos sobre emisiones de COV, combinados con información de tráfico y calidad del aire, puede suponer un avance crucial para un urbanismo más saludable y equilibrado.

El lanzamiento del satélite europeo MTG-S1 marca un hito en la vigilancia ambiental. Equipado con tecnología de última generación, este satélite permitirá analizar con una resolución sin precedentes la contaminación atmosférica sobre Europa y África. Su capacidad para detectar gases como ozono, dióxido de nitrógeno y partículas en suspensión lo convierte en una herramienta clave para mejorar la predicción meteorológica y anticipar fenómenos extremos.
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Su belleza perenne esconde un oscuro secreto: una mínima dosis puede ser mortal.