Un reciente informe de ANSES, la agencia francesa de seguridad alimentaria, ha destapado un hallazgo inesperado: las bebidas embotelladas en cristal contienen entre 5 y 50 veces más microplásticos que las en envases de plástico o latas metálicas. Analizando agua, refrescos, cervezas, vinos y tés helados, el equipo encontró valores que rondaban los 100 partículas por litro en cristal, frente a apenas entre 1,6 y 20 en plástico. El origen se sitúa en la pintura de las tapas metálicas, que al rozarse generan fragmentos invisibles al ojo humano. Aunque no existen valores guía para determinar si esta contaminación es peligrosa, se demostró que blanquear y enjuagar las tapas con agua y alcohol reduce la carga microplástica en un 60 %.

A continuación, exploraremos en detalle cómo se realizó el estudio, qué implicaciones técnicas tiene el hallazgo y qué acciones pueden reducir esta contaminación. Profundizaremos, además, en el envase principal implicado —el cristal con tapa metálica— y ofreceremos tres referencias en inglés para ampliar la información.

Metodología y diseño del estudio

El equipo de ANSES recogió muestras de bebidas diversas —agua con y sin gas, refrescos, cervezas, vinos y tés helados— embotelladas en cristal, plástico PET o latas metálicas. Las muestras fueron analizadas mediante espectrometría de masas y microscopía electrónica, cuantificándose partículas de polipropileno, poliestireno y poliéster.

Los resultados mostraron que las botellas de cristal contenían una media de 100 partículas por litro, con cervezas alcanzando 60/L y agua apenas 4,5/L. Aun así, estas cifras superaban sistemáticamente las de los envases de plástico o metal, que iban de 1,6 a 20 partículas por litro. La fuente fue identificada como la pintura de las tapas metálicas, comprobándose que su desgaste genera fragmentos microscópicos. El análisis espectroscópico confirmó que las partículas halladas en las bebidas eran idénticas en composición y color a la pintura de las tapas.

Una vez identificada la fuente, se ensayó un método simple: limpiar las tapas con aire, agua y alcohol durante 30 segundos. Este procedimiento redujo en un 60 % la cantidad de partículas detectadas, lo que demuestra su eficacia como solución práctica y de bajo coste.

Datos técnicos destacados

La contaminación observada se concentró en los envases de cristal con tapa metálica. En refrescos, se alcanzaron entre 30 y 100 partículas por litro. En cervezas, el valor promedio fue de 60/L. El agua embotellada en cristal fue menos problemática, pero aun así duplicó las cifras observadas en envases plásticos, donde se detectaron entre 1,6 y 20 partículas por litro. En todos los casos, los microplásticos correspondían a polímeros presentes en la pintura de las tapas, como polipropileno o poliestireno.

No existen aún valores guía oficiales que indiquen niveles seguros de microplásticos en bebidas. Sin embargo, estudios recientes demuestran que las partículas más pequeñas pueden atravesar la barrera intestinal e incluso alcanzar el sistema nervioso central. Esto plantea interrogantes sobre los efectos acumulativos a largo plazo, especialmente en poblaciones vulnerables.

El problema de diseño: tapas metálicas pintadas

El estudio pone en evidencia un punto débil en el diseño industrial de envases: las tapas metálicas con pintura decorativa. Aunque el cristal en sí es químicamente inerte, las tapas pintadas representan un vector inesperado de contaminación. Durante el embotellado, el transporte o el almacenamiento, las tapas se rozan unas contra otras, generando microgrietas que liberan fragmentos microscópicos. Estas partículas se depositan en el cuello de la botella y, una vez abierta, caen en el líquido.

La microscopía electrónica reveló fisuras superficiales en las tapas, con diámetros de hasta 50 micras, que liberan partículas con las mismas características ópticas y químicas que las encontradas en la bebida. Así, el origen del problema no está en el contenido ni en el cuerpo del envase, sino en un elemento aparentemente secundario: la tapa.

Esta conclusión es relevante para los fabricantes, ya que sugiere que cambios menores en el diseño o en el control de calidad podrían reducir drásticamente esta contaminación. Desde tapas sin pintura hasta recubrimientos internos resistentes o empaquetado individual, existen soluciones viables para eliminar el riesgo sin renunciar al uso del cristal.

Salud humana: riesgo aún incierto, pero inquietante

La comunidad científica ha detectado microplásticos en órganos humanos como pulmones, intestinos, placenta e incluso cerebro. Las investigaciones actuales indican que las partículas más pequeñas —de menos de 1,5 micras— pueden atravesar las barreras biológicas y entrar en el torrente sanguíneo. Aunque los efectos a largo plazo aún no se comprenden del todo, los modelos animales y celulares sugieren vínculos con inflamación crónica, estrés oxidativo, alteraciones endocrinas y potenciales trastornos neurodegenerativos.

En este contexto, los hallazgos de ANSES adquieren un valor preventivo. No estamos ante una alerta sanitaria inmediata, pero sí frente a una señal clara de que incluso los envases “ecológicos” pueden esconder riesgos. Más aún cuando estos riesgos son evitables con medidas simples de diseño, higiene o elección informada.

Replantear la confianza en el cristal

El vidrio ha sido tradicionalmente percibido como la opción más segura, higiénica y sostenible frente al plástico. Sin embargo, este estudio demuestra que la seguridad de un envase no depende solo del material principal, sino también de elementos secundarios como las tapas. De hecho, muchos consumidores prefieren el cristal para evitar químicos del plástico, como el BPA, sin saber que pueden estar ingiriendo microplásticos por otras vías.

Esto plantea una reflexión más amplia: la sostenibilidad no es solo una cuestión de reciclabilidad o impacto ambiental, sino también de salud pública. En este caso, un diseño inadecuado convierte un envase noble en un vehículo de contaminación invisible. Por tanto, debemos exigir transparencia en la composición de los envases, desde la botella hasta la tapa, y favorecer prácticas industriales que minimicen la liberación de partículas no deseadas.

Qué pueden hacer fabricantes, distribuidores y … consumidores

Para los fabricantes, el primer paso sería rediseñar las tapas metálicas, sustituyendo las pinturas tradicionales por recubrimientos resistentes o eliminando decoraciones abrasivas. También podrían implementar sistemas de limpieza automatizados que eliminen partículas antes del sellado final. Otra vía sería optar por cierres plásticos reciclables o con diseño de rosca menos susceptible al desgaste.

En el ámbito de la distribución, es aconsejable almacenar las botellas de cristal en posición vertical y evitar el contacto directo entre tapas durante el transporte. La introducción de separadores entre unidades o embalajes acolchados puede minimizar la fricción que origina microplásticos.

A nivel del consumidor, bastan medidas simples como limpiar la boquilla de la botella antes de beber, utilizar un paño seco o enjuagar con alcohol. También es útil sacudir la tapa antes de abrir, o verter la bebida en otro recipiente para evitar el contacto directo con partículas adheridas. Aunque no elimina completamente el riesgo, estos gestos pueden reducir significativamente la exposición.

Conclusión

Este hallazgo de ANSES no solo sorprende, sino que obliga a revisar nuestras creencias sobre los envases más seguros. La contaminación por microplásticos no es exclusiva del plástico y puede estar presente incluso en botellas de vidrio si los elementos de cierre no están bien diseñados. Afortunadamente, tanto la industria como los consumidores disponen de herramientas sencillas para reducir este riesgo. La clave está en mirar más allá de lo evidente y actuar con conocimiento. La próxima vez que abras una botella de cristal, recuerda que lo que brilla puede no ser siempre lo más limpio.

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