Hablando de China. ha mostrado recientemente un microdron del tamaño de un mosquito, elaborado por la Universidad Nacional de Tecnología de Defensa (NUDT), que abre una nueva etapa para misiones encubiertas de reconocimiento urbano o militar. Con apenas una falange de dedo y un peso en miligramos, este microrrobot dispone de un exoesqueleto biomimético, dos alas, patas diminutas, y un sistema de control vía smartphone, aunque presenta limitaciones en autonomía y carga útil. Paralelamente, investigadores de la Universidad de California en Berkeley han creado el robot volador más pequeño del mundo —9,4 mm y 21 mg— que vuela sin electrónica ni batería, solo mediante magnetismo externo. Este artículo explora en profundidad ambas iniciativas, sus avances técnicos, aplicaciones, y el contexto global que las enmarca.
El micromosquito chino: tecnología al servicio del sigilo
En el laboratorio militar de la Universidad Nacional de Tecnología de Defensa, China ha desarrollado un dron diminuto que imita la morfología de un insecto. Mide menos de un centímetro, pesa menos de 100 miligramos y se mueve mediante un par de alas batientes con control teleoperado desde un smartphone. Según la cadena CCTV‑7, este dispositivo está diseñado para reconocimiento urbano encubierto, con la capacidad de infiltrarse por ventanas o grietas y posarse en superficies estables para captar información o marcar objetivos.
La ingeniería tras este microdron implica integrar en un cuerpo sub‑centimétrico todo un sistema de control, fuente de energía, conectividad inalámbrica —probablemente Bluetooth de bajo consumo— y sensores ópticos o acústicos. Aunque la autonomía está restringida a unos pocos minutos, es suficiente para realizar incursiones tácticas breves. Su modo de vuelo por aleteo le permite imitar a un insecto real, pasando desapercibido tanto visual como auditivamente.
No se trata de un experimento aislado, sino de parte de una estrategia más amplia. El ejército chino ha comenzado a integrar estas unidades en entrenamientos con granadas de 35 mm modificadas para desplegar enjambres de microdrones, cada uno potencialmente capaz de transmitir datos o incluso transportar cargas mínimas, como microexplosivos o emisores de señal.
El enfoque opuesto: un robot sin electrónica ni batería
Desde el otro lado del mundo, un grupo de investigadores de la Universidad de California en Berkeley ha logrado crear el robot volador más pequeño del planeta. Este dispositivo, con tan solo 9,4 mm de envergadura y un peso de 21 miligramos, no utiliza batería ni electrónica. En su lugar, vuela gracias a un campo magnético alternante externo que interactúa con un rotor magnético en su interior.
El diseño recuerda más a una criatura viva que a un artefacto mecánico: su cuerpo está impreso en polímero con técnicas de fabricación aditiva de alta resolución, incluyendo una hélice y un anillo estabilizador que actúa como un giroscopio pasivo. Al recibir un campo magnético de baja intensidad —similar al de un imán de nevera—, el rotor gira y genera el empuje necesario para elevar al microrrobot.
El control de vuelo se logra modulando la intensidad y orientación del campo magnético. Aunque esto requiere una infraestructura externa compleja, como bobinas de Helmholtz o sistemas magnéticos portátiles, elimina la necesidad de incluir baterías o microchips, reduciendo significativamente el peso. Sin embargo, esta tecnología aún presenta una limitación importante: carece de sensores y no puede corregir su trayectoria en condiciones adversas, como ráfagas de viento.
Comparativa técnica
Pese a compartir dimensiones similares, ambos desarrollos representan enfoques radicalmente distintos. El microdron chino apuesta por la autonomía operativa, incluyendo todos los componentes necesarios para el vuelo, navegación y comunicación en un solo dispositivo. En cambio, el modelo de Berkeley externaliza por completo la energía y el control, confiando en un entorno controlado para funcionar.
Mientras que el primero podría actuar en solitario o en enjambre, penetrando edificios sin ser detectado, el segundo depende de su entorno para volar. Su ligereza y falta de electrónica le permiten ingresar en espacios peligrosos sin riesgo de sobrecalentamiento, interferencias o explosiones. No obstante, no está pensado para vuelos prolongados o ambientes abiertos.
Aplicaciones: del espionaje al rescate
El microdron de China se posiciona como una herramienta de vanguardia para operaciones militares: vigilancia encubierta, localización de objetivos en entornos urbanos densos, y despliegue táctico desde plataformas terrestres o aéreas. Su pequeño tamaño le permite aprovechar el terreno y los objetos cotidianos como cobertura, mientras que su vuelo silencioso y visualmente discreto complica su detección.
Por otro lado, el robot de Berkeley apunta a aplicaciones civiles y científicas. Una de las más destacadas es la polinización artificial en invernaderos, donde se requiere un movimiento preciso en espacios cerrados sin riesgo para los cultivos. También se contempla su uso en inspecciones industriales, por ejemplo dentro de conductos estrechos o maquinaria compleja. En el ámbito del rescate, podría ser utilizado para buscar señales de vida en escombros o estructuras colapsadas, sin poner en peligro a los rescatistas.
Avances globales y contexto
Los micro-UAV no son una novedad absoluta, pero la miniaturización reciente ha superado muchas barreras técnicas. Estados Unidos y Noruega han desplegado con éxito drones personales como el Black Hornet, de unos 16 gramos, utilizados en misiones reales por fuerzas especiales. Harvard ya presentó en 2013 el RoboBee, uno de los primeros robots voladores con alas batientes, aunque limitado por su escasa autonomía.
En la actualidad, tanto la DARPA como la NASA investigan plataformas aún más pequeñas, combinando inteligencia artificial con sensores MEMS, baterías híbridas e incluso capacidades cooperativas en enjambres. Europa y Japón no se quedan atrás: varios consorcios de investigación buscan robots voladores con navegación basada en visión artificial y decisiones autónomas de bajo consumo.
Los avances en impresión 3D, materiales compuestos y control magnético han sido claves para esta evolución. El robot de Berkeley, por ejemplo, fue impreso con precisión de 25 micrones, y validado para soportar impactos equivalentes a 3 000 g, como si fuera disparado desde una cápsula de artillería sin sufrir daños.
Conclusión
Aunque aún se enfrentan a desafíos técnicos, estos microrobots abren un abanico de posibilidades. En el ámbito militar, podrían marcar el inicio de una nueva generación de vigilancia sigilosa. En el civil, podrían desempeñar tareas de precisión en agricultura, inspección y rescate que hoy serían impensables. A medida que se superen las barreras de autonomía, control y carga útil, podríamos ver un futuro donde pequeños enjambres de microdrones convivan con nosotros casi invisiblemente, como una extensión de nuestras herramientas cotidianas… o de nuestros conflictos.
