La posibilidad de cargar la mente humana en un entorno digital ha dejado de ser simple especulación de ciencia ficción para entrar en el radar de la investigación científica. Aunque la tecnología actual está aún muy lejos de permitirlo, expertos en neurociencia, informática y filosofía de la conciencia coinciden en que los avances en escaneo cerebral, inteligencia artificial y simulación computacional podrían allanar el camino hacia una digitalización funcional del pensamiento humano.

Este artículo explora en profundidad qué implicaría «subir la mente» (mind uploading), cuáles son los principales obstáculos técnicos, qué avances se han logrado hasta ahora y qué consecuencias éticas y filosóficas se derivan de una hipótesis que podría cambiar para siempre la noción de identidad personal. También dedicamos un apartado a las declaraciones recientes del filósofo y experto en conciencia Philip Goff, que ha generado un nuevo debate público al afirmar que este tipo de tecnología podría llegar a hacerse realidad. Con el objetivo de proporcionar una visión rigurosa pero accesible, incluimos datos técnicos, enlaces a estudios clave y reflexiones finales sobre lo que significaría vivir, literalmente, en la nube.

¿Qué es la carga mental y cómo funcionaría?

La carga mental (en inglés, mind uploading) se refiere al proceso teórico mediante el cual una conciencia humana —entendida como la totalidad de pensamientos, recuerdos, emociones y personalidad— sería escaneada y transferida a un sistema digital capaz de simular su funcionamiento. En esencia, implicaría replicar el cerebro humano con tanta precisión que el resultado final actuase indistinguiblemente de la persona original.

Para alcanzar este objetivo, sería necesario mapear en alta resolución los aproximadamente 86.000 millones de neuronas que componen el cerebro humano, junto con los más de 100 billones de conexiones sinápticas que forman la red neuronal. Pero no basta con un escaneo estructural. El cerebro es un sistema dinámico, con actividad eléctrica y química constante. Por tanto, también sería necesario simular las propiedades biofísicas de cada neurona, el flujo de neurotransmisores, los ritmos eléctricos cerebrales y el estado funcional de las redes sinápticas.

Esto supera con creces las capacidades de la tecnología actual. Hoy por hoy, lo más complejo que se ha conseguido mapear por completo es el cerebro de una larva de mosca de la fruta (Drosophila melanogaster), con apenas 3.000 neuronas, según un estudio publicado en Science en marzo de 2023.

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Los retos técnicos aún son colosales

A día de hoy, los principales escollos para la digitalización de la mente humana son los siguientes:

  • Resolución de escaneo: Las técnicas actuales de imagen, como la resonancia magnética funcional (fMRI) o la tomografía por emisión de positrones (PET), no permiten alcanzar una resolución a nivel sináptico. Haría falta un nivel de detalle submicrométrico, probablemente basado en tecnologías aún no desarrolladas o en procesos destructivos de disección cerebral, como ocurre en las reconstrucciones post mortem con microscopía electrónica.

  • Simulación computacional: Incluso con un mapa cerebral completo, se necesitaría una capacidad de procesamiento enorme. Se estima que simular un solo cerebro humano con fidelidad realista podría requerir exaescala de potencia computacional, es decir, más de 10¹⁸ operaciones por segundo, según cálculos de Henry Markram, líder del fallido proyecto Human Brain Project.

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  • Entrada y salida sensorial: La conciencia no es una entidad aislada. Está constantemente alimentada por estímulos sensoriales (vista, oído, tacto, etc.) y relacionada con el cuerpo. Una mente cargada sin entorno sensorial podría experimentar estados alterados como despersonalización o psicosis inducida. Se requeriría una interfaz de realidad virtual completa o un sistema sensorial artificial que simule el cuerpo humano en su totalidad.

  • Integridad de la identidad: ¿Qué ocurre con la continuidad del yo? ¿Una copia digital con tus memorias sigue siendo «tú»? Esta pregunta sigue sin respuesta, y divide a la comunidad entre los que creen que se preservaría la conciencia personal y los que opinan que solo se estaría creando una réplica funcional, sin la subjetividad original.

El punto de vista de Philip Goff: ¿una visión realista?

En una reciente entrevista recogida por ScienceAlert, el filósofo británico Philip Goff, especialista en filosofía de la mente y defensor del panpsiquismo, sugirió que la carga mental podría llegar a ser factible desde un punto de vista técnico, aunque con importantes reservas.

Goff reconoce que la mente humana no se reduce a una serie de procesos eléctricos, pero no descarta que esos procesos puedan ser modelizados hasta el punto de generar un comportamiento coherente con la conciencia humana. El propio Goff apunta que, aunque la tecnología para hacer esto aún está a muchas décadas de distancia, no hay barreras físicas inquebrantables que impidan su desarrollo.

Su posición es matizada: cree que aunque una copia digital podría comportarse igual que el original, no está claro que eso implique que «sienta» de la misma forma. Esta distinción entre conciencia funcional y subjetividad interior es clave en el debate actual.

Goff también plantea que los desarrollos futuros en computación cuántica, neurotecnología e inteligencia artificial avanzada podrían converger para hacer viable una primera versión de la mente digital. Aunque aún no hay una hoja de ruta definida, su intervención ha reabierto el interés por este tema tanto en medios especializados como en el público general.

¿Qué avances hemos logrado hasta ahora?

Aunque estamos lejos de cargar cerebros humanos, algunos hitos importantes se han conseguido:

  • En 2021, un equipo de la Universidad Johns Hopkins publicó un mapa completo de las conexiones neuronales del cerebro de un gusano C. elegans, compuesto por apenas 302 neuronas. Este modelo ha servido como base para simulaciones digitales de comportamiento.
    Google DeepMind ha avanzado en la simulación neuronal con redes artificiales que replican procesos cognitivos simples, como la navegación espacial o la resolución de tareas. Aunque aún muy limitadas, estas simulaciones muestran cómo podría progresar la modelización conductual.

  • En Japón, el proyecto Brain/MINDS está trabajando en cartografiar el cerebro de primates no humanos con técnicas de neuroimagen de alta precisión.

Implicaciones éticas, filosóficas y sociales

Si llegáramos a poder cargar una mente, ¿qué consecuencias tendría?

  1. Derechos digitales: ¿Tendría esa conciencia digital derechos humanos? ¿Podría votar, trabajar, formar parte de la sociedad?

  2. Identidad múltiple: Si puedes copiar tu mente varias veces, ¿siguen siendo todas «tú»? ¿Cuál es la original?

  3. Desigualdad tecnológica: ¿Quién podría acceder a esta tecnología? ¿Se abriría una brecha entre los «digitalmente inmortales» y los humanos biológicos?

  4. Muerte redefinida: Si puedes vivir indefinidamente como ente digital, ¿la muerte dejaría de tener sentido? ¿Cambiaría nuestra relación con el tiempo, la memoria o el duelo?

Estas preguntas no tienen respuestas simples, pero conviene ir planteándolas antes de que la tecnología nos obligue a responderlas de forma precipitada.

Reflexión final: ¿es la inmortalidad digital un destino deseable?

Más allá del entusiasmo tecnológico, es fundamental mantener una perspectiva crítica. La idea de perpetuar nuestra mente en un sistema informático puede parecer atractiva, pero no está exenta de riesgos ni de dilemas existenciales. ¿Queremos realmente vivir sin cuerpo? ¿Qué significa ser humano cuando el soporte ya no es biológico sino binario?

La posibilidad de simular una mente humana con suficiente fidelidad para que actúe, hable y «sienta» como su original plantea preguntas fundamentales sobre lo que somos. Pero como ha señalado Goff, aunque todavía no lo entendamos del todo, eso no significa que nunca lo lograremos.

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