China ha presentado en junio de 2025 una nueva bomba de grafito capaz de inutilizar infraestructuras eléctricas a gran escala sin causar explosiones ni víctimas directas. Estas armas, también llamadas “bombas de apagón”, dispersan fibras de grafito altamente conductoras que provocan cortocircuitos en transformadores y subestaciones, paralizando redes enteras. El concepto no es nuevo, pero el alcance y la sofisticación de este nuevo desarrollo chino apuntan a un salto tecnológico preocupante para la seguridad global y el equilibrio estratégico. En este artículo se analiza cómo funciona esta bomba, cuál es su potencial real y qué consecuencias puede tener para la defensa de infraestructuras críticas.
¿Qué es exactamente una bomba de grafito?
La bomba de grafito, a diferencia de un explosivo convencional, no destruye físicamente los objetivos sino que los desactiva. Contiene un conjunto de filamentos de grafito extremadamente finos, con diámetros que pueden rondar las 15 o 20 micras, que se dispersan mediante una pequeña carga de explosión o un sistema de eyección a presión. Una vez liberadas, estas fibras se posan sobre instalaciones eléctricas de alta tensión, provocando descargas y arcos eléctricos que colapsan el suministro de energía. El daño se produce por la sobresaturación de los sistemas de aislamiento eléctrico, generando fallos en cascada.
Desde el punto de vista técnico, la elevada conductividad del grafito facilita un camino de baja impedancia entre los bornes de componentes de alta tensión. Cuando las partículas quedan en suspensión o adheridas a aisladores, desencadenan corrientes de fuga que pueden superar los 5 kiloamperios en transformadores de gran potencia, forzando la apertura de disyuntores y el apagado preventivo de toda la línea afectada. Esto no causa daños estructurales permanentes, pero sí apaga de golpe ciudades enteras, con consecuencias sociales y económicas enormes.
El modelo chino G-06 y su potencial
La noticia publicada en el Kyiv Independent confirma que China ha mostrado en público el modelo G-06, una bomba de grafito adaptada para lanzarse desde drones o cazas de ataque ligero. A diferencia de versiones anteriores, esta incorpora cápsulas con liberación secuencial de filamentos, diseñadas para aumentar la probabilidad de impacto sobre redes densas y modernas.
La clave técnica radica en su sistema de microexplosiones programadas, que permite liberar varias oleadas de filamentos a distintas alturas. Así se consigue cubrir no solo transformadores de alto nivel, sino también subestaciones de distribución intermedias. Este detalle multiplica su efectividad en ciudades con redes eléctricas redundantes y bien interconectadas.
Estimaciones no oficiales calculan que un dispositivo G-06 podría interrumpir el suministro eléctrico en un área de hasta 150 kilómetros cuadrados, con un nivel de éxito superior al 80% si las condiciones ambientales son favorables (baja humedad, poco viento). Es un alcance considerable para un arma de tamaño compacto, que cabe sin dificultad en un dron de medio alcance.
Aprendiendo de los apagones recientes en España
No hay que irse muy lejos para entender el impacto de un gran apagón. En España, hace apenas unas semanas, se vivió un corte de suministro eléctrico de varias horas que afectó a millones de personas, paralizando transportes, hospitales, cajeros automáticos y redes de telecomunicaciones. Aunque aquel apagón no se produjo por un ataque con bomba de grafito, sino por un fallo masivo en interconexiones internacionales, puso en evidencia lo vulnerable que puede ser una sociedad tan digitalizada ante la pérdida de electricidad.
La experiencia española demuestra que el restablecimiento de la red no siempre es inmediato. Muchos sistemas necesitan revisiones de seguridad, pruebas de carga y coordinación entre operadores antes de volver a funcionar de forma estable. Y si un simple fallo técnico ya provoca semejante caos, el despliegue deliberado de un arma como la G-06 china podría tener consecuencias aún más serias.
Comparación con otras armas de supresión eléctrica
Las bombas de pulso electromagnético (EMP) se citan a menudo como el arma definitiva contra redes eléctricas, pero son más difíciles de desplegar, requieren energía inmensa, y conllevan efectos indiscriminados. En cifras, un EMP de origen nuclear puede generar campos eléctricos de más de 50.000 V/m, afectando un radio de hasta 1.000 km, pero su uso implica un riesgo de escalada nuclear casi inevitable.
En contraste, las bombas de grafito son baratas, selectivas y precisas. Su coste unitario podría rondar entre 50.000 y 100.000 dólares, y bastaría con un par de drones para colocarlas sobre puntos clave. En términos técnicos, su resistividad en torno a 1,5×10^-5 Ω·m permite forzar arcos eléctricos en apenas milisegundos, con una densidad de ataque muy superior a la de un EMP convencional en un área concreta.
El desafío estratégico que plantea China
Que China muestre públicamente el G-06 apunta a un claro gesto de disuasión tecnológica. Con una bomba de grafito moderna, se puede amenazar a toda la red civil de un país sin violar de forma directa los tratados de armas nucleares. Esto complica muchísimo la defensa, ya que no requiere penetrar capas profundas de escudo antimisiles: un dron comercial, modificado mínimamente, podría transportar un cartucho de filamentos y provocar un apagón instantáneo.
Los expertos en infraestructuras temen que las protecciones actuales —principalmente físicas— sean insuficientes. Puede ser necesario rediseñar las cubiertas de aisladores, mejorar sistemas de ventilación filtrada y establecer protocolos de limpieza rápida. Después del último apagón español, muchas autoridades han acelerado los planes de refuerzo de transformadores y centros de control para evitar que un ataque de este tipo pueda dejarlos fuera de servicio durante días.
Consecuencias para la sociedad civil
La parte más preocupante no son las pérdidas materiales, sino el efecto sobre la población. Un gran apagón, aunque sea temporal, desactiva bombas de agua potable, líneas ferroviarias, sistemas de refrigeración de alimentos, hospitales y telecomunicaciones. Esto genera un estrés social extremo y puede derivar en altercados, saqueos o protestas si la situación se prolonga.
En el caso español, tras el apagón reciente, hubo testimonios de personas atrapadas en ascensores, semáforos fuera de servicio y trenes detenidos sin climatización. Si un ataque con bomba de grafito repitiera este escenario de forma deliberada, la magnitud del caos sería mucho mayor y con peor capacidad de anticipación. En definitiva, el grafito no mata, pero su capacidad para paralizar una sociedad es tan peligrosa como cualquier bomba tradicional.
Reflexiones finales
La G-06 china marca un antes y un después en la evolución de este tipo de armas. Su precisión, bajo coste y capacidad para interrumpir redes enteras sin destrucción física la convierten en un recurso estratégico de primer nivel para conflictos híbridos. Al fin y al cabo, la vulnerabilidad eléctrica de las grandes ciudades es, hoy por hoy, uno de sus talones de Aquiles más evidentes.
En términos estrictamente técnicos, la liberación controlada de filamentos con microexplosiones secuenciales puede alcanzar una cobertura de decenas de transformadores de alta tensión en segundos. La restauración completa de la red, dependiendo del nivel de redundancia y las condiciones de limpieza, podría alargarse más de 72 horas, especialmente si el ataque se combina con ciberataques paralelos.
El futuro de la defensa de infraestructuras críticas tendrá que integrar no solo escudos físicos y ciberdefensas, sino también protocolos de respuesta rápida para limpiar y reactivar sistemas después de un ataque de este tipo. El equilibrio global se juega también en la capacidad de mantener las luces encendidas.
