La creciente dependencia de dispositivos conectados en el hogar está abriendo una nueva vía de amenaza a las infraestructuras eléctricas, especialmente en contextos de estrés térmico extremo. Un informe reciente en el Reino Unido alerta sobre cómo los routers domésticos podrían convertirse en herramientas involuntarias para atacar la red eléctrica nacional durante olas de calor, cuando la demanda energética alcanza picos críticos. Este escenario, aunque centrado en el Reino Unido, es plenamente extrapolable a países como España, donde las temperaturas extremas se están adelantando al calendario y rompiendo récords históricos. El problema no reside únicamente en la ciberseguridad, sino en la conjunción entre el cambio climático, la sobrecarga de la red y la falta de resiliencia digital.

Un verano más caluroso… y más peligroso

En el Reino Unido, los operadores de redes eléctricas están empezando a mirar más allá de las amenazas físicas o climáticas convencionales. Un informe filtrado al periódico The Sun detalla cómo una combinación de factores —incluyendo olas de calor, consumo energético extremo y ciberataques dirigidos a hogares— podría desencadenar un apagón generalizado.

El documento plantea una hipótesis inquietante: si un actor malicioso lograra tomar el control de millones de routers domésticos, podría coordinar su encendido y apagado de forma sincronizada, generando microfluctuaciones que, en masa, serían capaces de desestabilizar la red eléctrica. Esto se vuelve especialmente preocupante en condiciones de estrés térmico, como las que ya se vivieron en Europa durante los veranos de 2022 y 2023.

España, por ejemplo, ha registrado en los últimos años temperaturas superiores a los 45 °C en ciudades como Córdoba, Sevilla o Zaragoza, con olas de calor que se extienden durante semanas. Según datos de AEMET, las noches tropicales (por encima de los 25 °C) ya no son un fenómeno puntual, sino habitual en muchas capitales. Esta nueva climatología eleva la demanda de electricidad no solo de empresas e industrias, sino también del entorno doméstico: ventiladores, aires acondicionados, refrigeración de alimentos, termostatos inteligentes, etc.

¿Qué tienen que ver los routers con todo esto?

Los routers Wi-Fi, ubicuos en casi todos los hogares modernos, funcionan como nodos permanentes en el ecosistema digital. La mayoría se mantienen encendidos las 24 horas del día y rara vez reciben mantenimiento o actualizaciones de seguridad por parte del usuario. Muchos siguen operando con contraseñas por defecto, interfaces abiertas y firmware desactualizado. En términos técnicos, esto convierte al parque de routers en una red masiva de dispositivos potencialmente vulnerables.

Desde el punto de vista eléctrico, cada router tiene un consumo bajo (en torno a 5-15 W), pero si hablamos de millones de unidades manipuladas de forma remota, las cifras ya no son insignificantes. La idea es similar a la de los botnets utilizados en ataques DDoS: no se trata de la potencia de un solo dispositivo, sino del impacto acumulativo y sincronizado de muchos.

En escenarios de máxima tensión térmica, una sobrecarga adicional, por pequeña que sea, puede marcar la diferencia entre mantener la estabilidad del sistema o provocar un apagón. En un entorno climático en el que las temperaturas alcanzan cifras críticas de forma cada vez más precoz —como está ocurriendo en España este junio de 2025—, la red eléctrica opera ya muy cerca de su límite operativo.

Calor extremo y ciberseguridad: una combinación inestable

La tendencia al alza en temperaturas máximas y mínimas no solo altera el consumo de energía, sino que afecta también al rendimiento de los equipos físicos. Transformadores, subestaciones y líneas de transmisión pierden eficiencia cuando se sobrecalientan, lo que reduce los márgenes de maniobra en situaciones críticas. Si a esto se suma una amenaza digital que desestabiliza la demanda desde el lado del consumidor, el sistema puede colapsar.

En este contexto, los routers se convierten en una puerta trasera no solo para entrar en redes privadas, sino para alterar patrones de consumo eléctrico de forma programada. Tal y como señala el informe británico, la activación coordinada de dispositivos conectados podría provocar “una carga eléctrica abrupta que supera la capacidad de respuesta del sistema”.

En España, este riesgo se ve agravado por una realidad social: una alta penetración de dispositivos conectados (más del 90 % de los hogares disponen de conexión Wi-Fi según el INE) y una red que, aunque robusta, no está preparada para resistir perturbaciones internas simultáneas en tiempo real.

Implicaciones para la red española

Aunque el caso ha sido analizado desde el ámbito británico, las implicaciones para el sistema eléctrico español son notables. La estructura de nuestra red presenta una alta densidad en núcleos urbanos, especialmente en zonas costeras donde el turismo y las olas de calor coinciden, incrementando el consumo estacional.

Además, muchas viviendas españolas han incorporado dispositivos IoT como termostatos inteligentes, cámaras de vigilancia y enchufes programables. Todos estos sistemas dependen del router como punto de conexión principal. Un ciberataque exitoso que comprometiera este nodo no solo afectaría al tráfico de datos, sino al consumo energético indirecto de decenas de dispositivos.

La creciente digitalización de la red eléctrica, a través de contadores inteligentes y subestaciones automatizadas, abre nuevas oportunidades para la eficiencia, pero también genera nuevos vectores de riesgo que, hasta ahora, han sido poco abordados desde una perspectiva integrada de seguridad climática y digital.

Medidas preventivas y el papel de los usuarios

Los expertos recomiendan una serie de medidas inmediatas para reducir estos riesgos:

  • Actualizar el firmware de los routers regularmente.

  • Cambiar las contraseñas por defecto, tanto de red como de acceso al panel de administración.

  • Desactivar el acceso remoto si no es estrictamente necesario.

  • Utilizar sistemas de gestión de red doméstica que permitan visualizar y controlar los dispositivos conectados.

Por parte de los proveedores de servicios, se hace cada vez más urgente el despliegue de soluciones de protección de red en la capa del ISP, así como auditorías de seguridad para el hardware proporcionado a los usuarios. Además, las políticas públicas deberían comenzar a considerar los routers domésticos como parte del ecosistema crítico nacional, especialmente en temporadas de alta demanda energética.

Reflexiones finales: un verano que ya no es lo que era

La realidad climática ha cambiado. Y con ella, también deberían cambiar nuestras estrategias de protección de infraestructuras. En un contexto como el español, donde el calor extremo se convierte en un factor cada vez más temprano y duradero, no basta con reforzar la red eléctrica desde lo técnico o lo físico. Es necesario incorporar la dimensión digital de los hogares como parte del sistema.

Si bien la hipótesis de un ataque masivo coordinado a través de routers aún pertenece al campo de las simulaciones, la probabilidad ya no es cero, y su impacto potencial se amplifica en función del contexto climático. Si una ola de calor extrema coincide con una perturbación digital, las consecuencias pueden ir más allá de un simple corte de luz: hablamos de impactos sanitarios, económicos y sociales en plena temporada estival.

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