Un estudio reciente ha revelado que ligeras variaciones en los patrones de conducción de personas mayores —como reducir los trayectos, moverse por distancias más cortas, evitar salidas nocturnas o visitar menos sitios distintos— podrían ser indicios tempranos de deterioro cognitivo leve (MCI, por sus siglas en inglés). Este enfoque utiliza un dispositivo GPS conectado al coche, capaz de registrar cada trayecto de forma continua durante años, lo que permite detectar cambios graduales antes de que las pruebas clínicas tradicionales los identifiquen. Esto abre la posibilidad de contar con una “señal de alarma” práctica, discreta y objetiva sobre cuándo iniciar conversaciones o intervenciones preventivas.
Cambios en la conducción y su relación con el declive cognitivo
Investigadores del Washington University School of Medicine analizaron durante aproximadamente 40 meses los hábitos de conducción de 298 conductores mayores mediante un dispositivo GPS que se conecta al puerto diagnóstico del vehículo. Este sistema registró cada trayecto, velocidad, frenazos y cambios de recorrido.
Entre los participantes, 56 presentaban deterioro cognitivo leve al inicio del estudio y 242 mantenían una cognición normal. A lo largo del seguimiento, quienes tenían MCI mostraron una reducción progresiva del número de desplazamientos mensuales, un descenso en los trayectos nocturnos, disminución de los recorridos de larga distancia y una drástica caída en la variedad de destinos visitados —una métrica referida como “entropía aleatoria” o “random entropy”.
Técnicamente, estas cuatro métricas —distancia media de trayecto (especialmente entre 13 y 15 km), eventos de exceso de velocidad, máxima distancia alcanzada desde el hogar y entropía de destinos— permitieron distinguir, con aproximadamente un 82 % de precisión, a conductores con MCI frente a aquellos con cognición normal. Añadiendo variables demográficas, genética (presencia del alelo APOE ε4) y resultados de pruebas neuropsicológicas, la precisión aumentaba hasta un 87 %.
Este hallazgo sugiere que el seguimiento continuo de la conducción real puede ser un marcador sensible y más eficaz que los métodos tradicionales, como cuestionarios cognitivos o pruebas esporádicas en consulta, que normalmente se hacen una vez al año.
Ventajas del monitoreo al volante frente a las pruebas clásicas
La conducción requiere la coordinación de múltiples funciones cognitivas, sensoriales y motoras: atención dividida, memoria de navegación, habilidades visoperceptivas, reactividad rápida, toma de decisiones y control motor. Conducir se convierte así en una tarea cotidiana de alta complejidad que puede manifestar alteraciones funcionales antes de que aparezcan en pruebas clínicas.
A diferencia de técnicas de diagnóstico costosas e invasivas —como resonancias magnéticas, tomografías por emisión de positrones (PET) o análisis de fluidos neurobiológicos—, un simple GPS plug-in es económico, discreto y opera en segundo plano durante cada desplazamiento.
Además, estudios previos han sugerido que cesar la conducción de forma brusca puede tener efectos adversos sobre la salud física y emocional de las personas mayores. Por ello, este tipo de monitoreo podría ayudar a planificar una retirada progresiva del volante, preservando la independencia el mayor tiempo posible mientras se habilitan alternativas de transporte.
Límites y consideraciones éticas del enfoque
No obstante, los investigadores reconocen varias limitaciones: la población analizada era en su mayoría blanca y con un nivel educativo alto, lo que dificulta generalizar los resultados a otros contextos étnicos o sociales.
Además, aunque el GPS recopila datos cuantitativos (distancia, frecuencia, velocidad, variabilidad de rutas), no capta aspectos cualitativos clave para la seguridad vial, como mantenimiento de carril, capacidad de reaccionar ante imprevistos, interpretación de señales o reconocimiento de riesgos.
Surge también la pregunta de quién tendría acceso a esos datos: ¿familiares? ¿médicos? ¿aseguradoras? ¿instituciones de transporte? Si se generaliza el uso de esta tecnología, será necesario definir con claridad normas sobre privacidad, consentimiento informado y posibles consecuencias – por ejemplo, pérdida de autonomía o discriminación.
Reflexiones adicionales
El estudio abre una puerta prometedora hacia un enfoque de “vigilancia funcional” del envejecimiento cognitivo basado en actividades cotidianas. No obstante, no se debe considerar el análisis de conducción como un sustituto absoluto de las evaluaciones clínicas, sino como un complemento.
Sería deseable que futuras investigaciones ampliaran la muestra a poblaciones más diversas y exploraran si los cambios al volante se correlacionan con biomarcadores biológicos (como los de decadencia neurodegenerativa) o con otros indicadores clínicos. Además, integrar esta monitorización con sistemas de IA más avanzados —por ejemplo, usando análisis de vídeo real del comportamiento al volante como propone un estudio reciente — podría permitir una detección aún más temprana y precisa.
Para las familias, este tipo de herramientas podría dar una oportunidad concreta de dialogar sobre el futuro de la conducción cuando surgen dudas, con datos objetivos en mano. Aun así, deben abordarse con sensibilidad, respetando la dignidad, autonomía y seguridad de las personas mayores.
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