Un estudio reciente ha identificado que una temperatura nocturna ligeramente cálida mejora la calidad del sueño en mayores, contradiciendo la creencia de que lo mejor es frío. Analizando datos de miles de noches, los investigadores descubrieron que mantener la habitación entre 20 ºC y 25 ºC optimiza la eficiencia del descanso. Estos hallazgos abren la puerta a intervenciones personalizadas del entorno doméstico para promover un sueño reparador, salud y renovación física.
Temperatura y sueño en personas mayores: una conexión crítica
Durante décadas, se ha aconsejado dormir en habitaciones frías para favorecer el sueño. Sin embargo, un estudio de amplio alcance realizado durante un año por el equipo del Dr. Amir Baniassadi, del Hebrew SeniorLife y afiliado a Harvard Medical School, ha mostrado que, en personas mayores que viven de forma independiente, una temperatura nocturna ligeramente cálida es más beneficiosa. Examinando cerca de 11 000 noches de sueño mediante sensores ambientales y dispositivos de monitorización del descanso, los investigadores concluyeron que dormir entre 20 °C y 25 °C mejora la eficiencia del sueño. Por el contrario, cuando la temperatura subía de 25 °C a 30 °C, la eficiencia descendía entre un 5 % y un 10 %. Este establecimiento de un rango óptimo plantea un enfoque más táctico del entorno del descanso, especialmente relevante para una población que, por edad, sufre sueño fragmentado.
Más allá del frío: por qué el calor moderado ayuda al descanso
El efecto positivo de una temperatura moderadamente cálida puede relacionarse con cómo cambia la termorregulación durante la noche. En fases profundas del sueño, el cuerpo necesita conservar calor, pero también perderlo parcialmente para favorecer la regeneración muscular y metabólica. Estudios previos indican que incluso un ligero aumento (≃ 0,4 °C) en la temperatura de la piel ayuda a acelerar la conciliación del sueño, reduciendo la latencia en aproximadamente un 18-28 % en personas mayores, incluidas aquellas con insomnio. Esta modulación térmica sutil, aplicada con sentido —como mantener una estancia templada o usar ropa adecuada—, puede facilitar notablemente el inicio del sueño y minimizar los despertares nocturnos. Así, un calor suave y difuso promueve un entorno fisiológico favorable al descanso profundo, sin llegar a incomodar por exceso de calor.
El entorno como aliado: personalización y confort térmico
Lo realmente novedoso del trabajo del equipo de Baniassadi es que reconoce que el confort térmico es subjetivo. No todas las personas mayores experimentan igual nivel de bienestar al dormir. El rango efectivo de 20-25 °C debe adaptarse al individuo según preferencias, estado de salud, medicación o sensibilidad térmica. Este hallazgo se vuelve clave frente al cambio climático, ya que las noches calurosas en zonas urbanas pueden dificultar el descanso si no se adaptan los entornos domésticos. Así, intervenciones como ventilación adecuada, ventiladores, ropa de cama transpirable o dispositivos de control térmico permiten ajustar el entorno para cada persona, reduciendo perturbaciones y favoreciendo la continuidad del sueño.
Entre frío y calor: recomendaciones prácticas para dormir bien
Aunque el estudio destaca temperaturas nocturnas más templadas, otras fuentes—como Harvard Health o la Cleveland Clinic—sostienen que en adultos generales, el rango óptimo oscila entre 15 y 19 °C, promoviendo un entorno fresco, oscuro y silencioso como ideal para conciliar el sueño. Esta divergencia se explica por diferencias de edad, metabolismo y regulación térmica: los mayores tienden a tener menor sensibilidad al frío y mayor riesgo de sentirse incómodos en entornos fríos. Por ello, adaptar la temperatura según el grupo etario es esencial. En cualquier caso, mantener un ambiente estable, libre de extremos, con tejidos adecuados (como algodón o lana transpirable) y siguiendo una rutina nocturna (como evitar pantallas o cenas pesadas) es vital para garantizar un sueño reparador, más allá del grado exacto en el termostato.
Conclusión
Este estudio marca un paso decisivo hacia un enfoque más sensible del ambiente del sueño, especialmente para las personas mayores. Al descubrir que una habitación levemente templada (20-25 °C) favorece el descanso y compensar los efectos del calor excesivo, se abre la posibilidad de diseñar entornos domésticos personalizados, que consideren la edad, las condiciones físicas y las preferencias térmicas individuales. Esta personalización es particularmente relevante ante los desafíos que plantea el cambio climático y el incremento de noches cálidas. Actuar sobre el entorno —más que solo sobre conductas o tratamientos— puede ser clave para garantizar un descanso profundo y saludable, indispensable para la renovación física y mental.
