Charlotte es un proyecto australiano en el cruce entre robótica avanzada y construcción aditiva con una ambición clara: crear viviendas sostenibles con rapidez y eficiencia. Ideado por Crest Robotics en colaboración con Earthbuilt Technology, este robot con patas de araña y sistema de extrusión pretende edificar unas 200 m² en un solo día usando materiales locales como arena, vidrio reciclado o ladrillo triturado, reduciendo costes y emisiones de carbono. Aunque aún está en fase de desarrollo y no se ha construido una vivienda completa con él, su propuesta despierta interés por lo disruptivo que supone sustituir buena parte del método tradicional de construcción por un único dispositivo autónomo.
A continuación exploraremos cómo funciona Charlotte, qué desafíos enfrenta y qué implicaciones tiene para el futuro de la vivienda. También dedicaremos un párrafo a ahondar en su diseño principal, con algunos detalles técnicos. Finalmente, contrastaremos con otros desarrollos similares y plantearemos reflexiones sobre su viabilidad práctica.
Un robot autónomo para edificar rápido
Charlotte combina dos tecnologías clave: un sistema de extrusión, también llamado deposición capa a capa, y mecanismos de compresión que solidifican el material de construcción. En la página oficial se describe cómo el robot recoge materiales disponibles localmente —arena, tierra, productos de desecho como vidrio molido o ladrillo triturado—, los une en una “mezcla Earthbuilt” y los extruye en capas sucesivas sobre la superficie base, tal como detallan en Crest Robotics.
El robot se desplaza con patas tipo araña que le permiten posicionarse y elevarse conforme avanza la construcción. Según se explica en New Atlas, Charlotte aspira a construir una vivienda de unos 200 m² (alrededor de 2 150 ft²) en un solo día, lo cual equivaldría al trabajo de aproximadamente cien albañiles trabajando simultáneamente. Desde un punto de vista técnico, el sistema requiere coordinar movimientos en los ejes X, Y y Z, controlar la velocidad de extrusión, regular la temperatura o humedad según el material y gestionar el curado en cada capa para evitar deformaciones o fallas estructurales. Por ejemplo, si extruyese a 10 mm por segundo y cada capa tuviera 5 mm de espesor, serían necesarias cientos de capas para levantar muros de varios metros de altura.
El diseño de Charlotte está pensado para ser compacto, modular y plegable, de modo que pueda transportarse con facilidad, incluso para futuras aplicaciones en la Luna. Su estructura ligera permite que el robot se pliegue para el viaje espacial, mientras que su versatilidad le permitiría adaptarse a condiciones de baja gravedad y temperaturas extremas, algo que también menciona Crest Robotics.
Por ahora, Charlotte no ha construido una casa completa y el proyecto se encuentra en fase de prototipo, exhibiéndose en escalas reducidas para demostrar su capacidad de extrusión y movimiento autónomo. Tal como apunta New Atlas, algunos de sus principales retos son la precisión de posicionamiento, la unión entre capas, el equilibrio entre velocidad y fuerza de curado, la resistencia estructural y la adaptación a normativas locales. En términos técnicos, la tolerancia debe mantenerse en márgenes milimétricos, y la resistencia a compresión tendría que alcanzar varios MPa para garantizar seguridad frente a cargas estructurales.
Charlotte como agente de construcción
Charlotte no es simplemente un robot, sino una plataforma integral que sustituye múltiples etapas tradicionales de obra —cimientos, muros y revestimientos básicos— con un solo proceso aditivo. Su diseño agnóstico en cuanto a estilo arquitectónico le permite adaptarse a distintos planos, aunque en un inicio se centra en construcciones sencillas y geométricamente modulares.
Su subsistema de extrusión y compresión es fundamental, ya que se encarga no solo de depositar las capas de material, sino de compactarlas para aumentar la densidad y la resistencia. En la documentación oficial de Crest Robotics se señala que la máquina “compacta la mezcla en una funda y la comprime para formar las capas de un edificio”. Esta función de compresión introduce un nivel adicional de control sobre la porosidad y la homogeneidad del material.
El sistema de patas móviles tipo araña es igualmente crítico. Gracias a él, Charlotte evita la necesidad de estructuras de soporte adicionales como andamios o grúas, que consumen tiempo y recursos. El robot se autoeleva conforme completa las capas, desplazándose sobre la propia estructura en construcción. Esa movilidad le otorga flexibilidad en terrenos irregulares, pero exige cálculos cinemáticos complejos para coordinar múltiples articulaciones de manera sincronizada. En condiciones espaciales, como la Luna o Marte, este sistema tendría que ajustarse a diferencias de gravedad y composición de materiales, lo que incrementa la exigencia de software y sensores.
En términos de parámetros técnicos, un aspecto esencial será la tasa de extrusión volumétrica, medida en cm³ por segundo, frente a la velocidad de desplazamiento. Un desequilibrio puede comprometer la estabilidad de las capas: si la extrusión es demasiado lenta, el robot pierde eficiencia; si es demasiado rápida sin un curado adecuado, se compromete la resistencia estructural.
Comparativas con otras tecnologías de impresión 3D
Aunque Charlotte resulta llamativo por su autonomía y diseño, no es el único proyecto que explora la impresión 3D en construcción. Empresas como Apis Cor han demostrado la posibilidad de imprimir estructuras de hormigón de hasta varias decenas de metros cuadrados en 24 a 48 horas, utilizando impresoras más tradicionales en plataforma fija. En Dubái, varias viviendas se han edificado con tecnologías de impresión 3D de hormigón, demostrando que la viabilidad técnica existe, aunque todavía con limitaciones de escala y coste.
Lo que diferencia a Charlotte es la combinación de autonomía total con la capacidad de utilizar materiales reciclados o de origen local, reduciendo así la dependencia del transporte de cemento y otros insumos. Según estimaciones de Crest Robotics, esta estrategia podría reducir la huella de CO₂ de cada vivienda en decenas de kilogramos respecto a la construcción convencional, ya que no es necesario transportar toneladas de material prefabricado. Además, frente a impresoras estacionarias, el sistema de patas móviles proporciona mayor adaptabilidad al terreno y elimina la necesidad de montaje y desmontaje de grandes equipos.
El enfoque en compresión y mezcla local también responde a una lógica de sostenibilidad, que lo acerca a las tendencias de economía circular aplicadas al sector de la construcción. La principal incógnita sigue siendo si el robot será capaz de cumplir con las normativas de seguridad y habitabilidad en distintos países, ya que la resistencia estructural, la resistencia al fuego y la impermeabilidad deben estar garantizadas con datos verificables.
Reflexiones adicionales
Charlotte encarna una propuesta que aspira a modificar de forma profunda el modo en que concebimos la construcción de viviendas, pasando de procesos escalonados y dependientes de la mano de obra a un único proceso robotizado y continuo. Sin embargo, el camino es complejo: la aceptación normativa, la adaptación climática y la validación estructural son desafíos importantes que deberán resolverse antes de su implementación real en obras de gran escala.
Una posible aplicación intermedia sería su uso en regiones remotas o en contextos de emergencia, donde la rapidez de construcción resulta crítica. En estos escenarios, un robot capaz de levantar muros habitables en menos de un día tendría un valor práctico inmediato. Del mismo modo, su potencial uso en misiones espaciales añade un componente futurista a su desarrollo, aunque esa aplicación aún parece lejana.
Lo cierto es que Charlotte aporta un enfoque innovador que combina robótica, impresión 3D y sostenibilidad. Si logra consolidar sus promesas, podría convertirse en un referente dentro del sector, ya sea como herramienta de construcción rápida en situaciones específicas o como tecnología base para futuros hábitats terrestres y extraterrestres.
