En una charla ofrecida en la sede de una petrolera española, el reconocido arqueólogo y codirector del yacimiento de Atapuerca hasta el año pasado, Eudald Carbonell, lanzó una advertencia que resuena con fuerza: el verdadero conflicto del futuro no será por la energía, sino por el agua potable. Lejos de ser una profecía aislada, su afirmación se ve respaldada por investigaciones recientes, como el informe publicado en Science Advances en julio de 2025 que alerta sobre el estado crítico del agua dulce a nivel mundial. Este artículo analiza el problema desde una perspectiva global y humana, abordando el desequilibrio hídrico, las posibles tensiones geopolíticas y las soluciones tecnológicas o estructurales que podrían mitigar el riesgo de conflictos por el agua en el siglo XXI.
El agua potable: un bien escaso y mal repartido
Aunque el planeta Tierra está cubierto en un 70 % por agua, solo un 2,5 % es dulce, y de esta, una fracción ínfima está disponible para el consumo humano. Esta realidad, que parece casi anecdótica, se está convirtiendo en uno de los principales problemas de nuestro tiempo. Durante la charla celebrada en una sede corporativa del sector petrolero, Eudald Carbonell expresó su preocupación por este fenómeno creciente, al que calificó como la amenaza real del futuro próximo. Frente al temor habitual por el agotamiento energético, el arqueólogo sostuvo que la escasez de agua potable será el desencadenante de nuevas guerras y conflictos a nivel mundial.
Este análisis no es una simple conjetura personal: estudios como el publicado por Phys.org en julio de 2025 refuerzan este mensaje. Según el artículo, los sistemas de agua dulce del planeta muestran “señales alarmantes de presión sin precedentes”, con una grave pérdida de reservas hídricas en diversas partes del mundo, desde Asia Central hasta América del Sur. Esto no solo amenaza la seguridad alimentaria y la salud pública, sino que también aumenta el riesgo de enfrentamientos entre comunidades, regiones e incluso naciones.
La distribución desigual del recurso es otro factor que intensifica la tensión. Mientras países como Canadá, Noruega o Nueva Zelanda disfrutan de abundancia, otros como Sudán, Irán o India luchan por mantener acceso básico al agua. Este desequilibrio alimenta una inestabilidad geopolítica silenciosa pero constante, que ya empieza a manifestarse en disputas regionales y migraciones forzadas.
Las guerras del agua: de la hipótesis al riesgo real
La idea de que el agua puede ser una causa directa de guerra ha sido históricamente vista como una exageración. Sin embargo, diversos conflictos recientes muestran que la competencia por recursos hídricos ya está generando fricciones. El Tigris y el Éufrates, que cruzan Turquía, Siria e Irak, han sido motivo de tensiones durante décadas. De forma similar, el río Nilo es hoy un foco diplomático entre Egipto, Sudán y Etiopía, especialmente tras la construcción de la Gran Presa del Renacimiento por parte de esta última.
Estos ejemplos confirman lo que Carbonell planteaba con inquietud: el agua se ha convertido en un elemento estratégico, político y militar. A diferencia del petróleo, que puede ser sustituido o diversificado con energías renovables, el agua no tiene sustituto. No se puede fabricar, ni transportar a gran escala sin un coste prohibitivo. Si desaparece de una región, las consecuencias son inmediatas: cosechas arruinadas, epidemias, éxodos masivos.
El informe de Phys.org advierte que los sistemas fluviales y acuíferos subterráneos están sufriendo una “pérdida catastrófica de resiliencia” debido al uso intensivo, el cambio climático y la falta de políticas hídricas sostenibles. En otras palabras, la situación es más grave de lo que se percibe públicamente. Y si no se toman medidas urgentes, los conflictos por el agua podrían pasar de ser indirectos o localizados a convertirse en conflictos abiertos entre estados, corporaciones o bloques regionales.
¿Una crisis climática o una crisis de gestión?
Aunque el cambio climático es un agravante claro, la raíz del problema no es únicamente ambiental, sino también estructural y política. La mala gestión del agua, la contaminación industrial, la agricultura intensiva y el uso descontrolado de acuíferos están agotando las reservas más rápido de lo que pueden regenerarse. En muchos países, no existen regulaciones efectivas para preservar los recursos hídricos, o bien, se aplican de forma deficiente.
Además, la expansión urbana no planificada y el crecimiento poblacional en zonas áridas aumentan la presión sobre sistemas ya debilitados. El resultado es una paradoja cruel: hay agua, pero no llega a quien la necesita. El agua embotellada ha pasado a ser un producto de lujo en muchas regiones, y en otras, los cortes de suministro se han vuelto parte del día a día.
Carbonell, desde su perspectiva de arqueólogo y pensador del futuro, nos recuerda que todas las grandes civilizaciones del pasado colapsaron cuando fallaron sus sistemas hídricos. Mesopotamia, la civilización del Valle del Indo o los mayas, por citar solo algunos ejemplos, desaparecieron tras un largo proceso de sequías y mala gestión del agua. Si no aprendemos de esa historia, el riesgo de repetirla a escala global es más que probable.
Frente a esto, es urgente una política global del agua, que la considere no como un bien comercial, sino como un derecho humano fundamental. La gestión comunitaria, el acceso público y la protección de cuencas deberían estar en el centro del debate político. De lo contrario, no será necesario esperar a 2050 para ver estallar conflictos masivos por este recurso.
Posibles soluciones: tecnología, cooperación y responsabilidad
A pesar del panorama alarmante, aún existen vías para evitar el desastre. La tecnología juega un papel crucial en la mitigación de la crisis hídrica. Sistemas de reutilización de aguas residuales, plantas de desalinización de última generación, sensores para optimizar el riego agrícola, y herramientas de modelado predictivo basadas en IA están ya en marcha en países como Israel, Singapur o Arabia Saudí, con resultados prometedores.
Sin embargo, estas soluciones requieren inversiones elevadas y, sobre todo, voluntad política. No todos los países tienen acceso a estos avances, por lo que la cooperación internacional se vuelve imprescindible. La creación de fondos globales para proyectos hídricos, el intercambio de tecnología y la mediación en disputas fluviales pueden ser mecanismos eficaces para evitar futuros conflictos.
En paralelo, también se necesita una mayor responsabilidad ciudadana y corporativa. Reducir el consumo individual, adoptar cultivos menos demandantes de agua, regular el uso industrial y penalizar la contaminación deben convertirse en normas universales. Porque, como afirmó Carbonell, el agua será el eje del futuro humano, tanto o más que la energía.
A largo plazo, el cambio de paradigma debe ser profundo: de una economía extractiva a una economía regenerativa, donde el agua no se agote sino que se recicle y regenere. Las ciudades del futuro no solo deberán ser inteligentes, sino también hidrosostenibles, con infraestructuras que recojan, filtren y reutilicen el agua en todos los niveles.
Conclusión
La advertencia de Eudald Carbonell no es una simple hipótesis futurista, sino una alerta fundamentada en evidencias científicas y en la experiencia histórica. La creciente escasez de agua potable, como recoge el informe de Phys.org, supone un riesgo real y creciente para la estabilidad global. Si no se abordan de forma inmediata y coordinada los problemas estructurales de acceso, gestión y distribución del agua, el mundo podría enfrentarse a una ola de conflictos cuyo detonante no será el petróleo ni el gas, sino el agua. La ciencia, la tecnología y la cooperación internacional son nuestras mejores herramientas para evitar que esa predicción se cumpla.

La escasez de agua potable es uno de los desafíos más urgentes del siglo XXI, y la tecnología podría ofrecer soluciones esperanzadoras.
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En un mundo donde más de 2 mil millones de personas carecen de acceso a agua limpia, innovaciones como esta podrían marcar la diferencia.