En este artículo exploraremos la hipótesis de que nuestro universo pudo nacer en el interior de un gran agujero negro, una propuesta reciente que desafía el modelo clásico del Big Bang. Veremos cómo esta idea se apoya en estudios observacionales de galaxias, en teorías físicas que combinan la relatividad general y la mecánica cuántica, y qué implicaciones conlleva para la cosmología, la materia oscura y la energía oscura. Profundizaremos en el “producto principal” de esta hipótesis: el modelo del universo-agujero negro, cómo se articula y qué predicciones puede ofrecer. También examinaremos los retos que aún afronta, tanto teóricos como observacionales. Finalmente, plantearemos algunas reflexiones sobre su significado para nuestra comprensión del cosmos.

¿De dónde surge la propuesta del universo interior a un agujero negro?

La idea de que nuestro universo podría haberse formado dentro de un agujero negro no es enteramente nueva, pero ha ganado fuerza recientemente gracias a un equipo de la University of Portsmouth dirigido por el astrofísico Enrique Gaztañaga. Su artículo describe un modelo en el que un colapso gravitatorio genera un agujero negro monumental en un “universo padre”, y al interior de su horizonte de sucesos ocurre un rebote (“bounce”) que da lugar a un nuevo espacio-tiempo expansivo — es decir, nuestro universo observable. Según explica Singularity Hub, este enfoque ofrece una alternativa elegante al Big Bang tradicional.

Una de las motivaciones técnicas para esta propuesta es el problema de la singularidad: en el modelo estándar, el Big Bang se inicia en un punto de densidad infinita donde las leyes físicas colapsan. El nuevo enfoque sugiere que la torsión del espacio-tiempo o la producción de partículas en condiciones extremas pueden impedir la singularidad, y en su lugar un estado de alta densidad rebota para generar expansión, tal como se detalla en el estudio publicado en arXiv.

Por otro lado, datos recientes derivados del James Webb Space Telescope (JWST) han mostrado que, en una muestra de 263 galaxias analizadas, 158 giraban en sentido horario y 105 en sentido antihorario. Esta asimetría, cuando se esperaba una distribución cercana al 50-50, puede interpretarse como un indicio de que el universo tuvo un momento de rotación neta en su origen. Esa rotación podría ser la huella del agujero negro “padre”, como indica Futurism.

Los escépticos apuntan que la expansión actual del universo es contraria a lo que ocurre dentro de un agujero negro (donde todo colapsa hacia el centro), pero los proponentes argumentan que, tras el rebote, la dinámica cambia de forma radical, tal como se discute en Scientific American.

¿En qué consiste concretamente el modelo de universo-agujero negro?

El modelo puede describirse así: se considera que un volumen de materia en un “universo padre” colapsa por gravedad hasta alcanzar una densidad crítica (por ejemplo, la saturación nuclear o condiciones de presión cuántica). En ese instante el colapso queda modificado por efectos cuánticos y de torsión, se produce un rebote, y lo que emerge es un nuevo espacio-tiempo que se expande desde ese “interior”. En términos cuantitativos, uno de los trabajos estima que la masa del agujero negro padre podría estar del orden de M≃5×1022 M⊙M \simeq 5 \times 10^{22}\,M_{\odot} (donde M⊙M_{\odot} es la masa solar) y el colapso habría ocurrido hace unos 25 000 millones de años, según el enfoque de Gaztañaga publicado en arXiv.

Desde el punto de vista técnico, se usa un métrico tipo Kantowski–Sachs (para un universo cerrado an-isotrópico) y se integra la ecuación de campo con un fluido de spin relativista, de modo que la torsión elimina la singularidad clásica y produce una fase de inflación natural tras el rebote, como expone otro artículo disponible en arXiv.

Una predicción clave es que no hacen falta campos inflacionarios ad hoc ni energía oscura como entidades independientes: la propia geometría después del rebote genera fases de expansión acelerada. Los investigadores afirman que esto hace el modelo más parsimonioso que el estándar, tal como comenta Futurism.

De modo simplificado, vemos al interior del agujero negro como un nuevo universo que observamos desde dentro sin poder acceder al “exterior”. Esa frontera sería equivalente al horizonte de sucesos del agujero padre.

¿Qué implicaciones observacionales y teóricas tiene esta propuesta?

Si aceptamos la hipótesis, hay varias consecuencias interesantes. Primero, la orientación preferente de las galaxias cobra sentido como herencia de la rotación del agujero padre. Segundo, la materia oscura o la energía oscura podrían reinterpretarse como efectos residuales de la geometría del rebote o del entorno del agujero negro. Tercero, el hecho de que nuestro universo se esté expandiendo aceleradamente podría explicarse sin invocar un campo de energía oscura externo, sino por la dinámica del horizonte del agujero padre.

En términos técnicos, el hecho de que el universo observable presenta una curva de expansión con la constante de Hubble H0≈67H_0 \approx 677474 km s−1^{-1} Mpc−1^{-1} (según la medición) podría recibir una corrección si el modelo del rebote es correcto: se tendrían que revisar los parámetros de densidad crítica, curvatura y anisotropía inicial. Además, el modelo predice residuos de agujeros negros primordiales que habrían sobrevivido al rebote, como apunta la University of Portsmouth.

No obstante, hay desafíos. Una objeción principal es que dentro de un agujero negro todo colapsa hacia el centro, mientras que nuestro universo se expande; reconciliar ambas visiones requiere modificar la relatividad general o incluir nuevos factores físicos (por ejemplo, torsión), como detalla Scientific American.

En segundo lugar, la isotropía y homogeneidad observadas del universo a gran escala —como la uniformidad del fondo cósmico de microondas— deben reproducirse bajo este nuevo modelo con precisión comparable al estándar. Esa exigencia impone fuertes restricciones a los parámetros del rebote. Por último, reproducir las fluctuaciones de densidad y la formación de estructuras galácticas de forma concordante con el modelo estándar sigue siendo un reto activo para quienes proponen esta alternativa.

¿Por qué vale la pena prestar atención a este enfoque?

Aunque no esté demostrado, este modelo ofrece una vía para abordar varios problemas abiertos de la cosmología: el origen del universo sin singularidad inicial, la necesidad de un campo de inflación externo, la explicación de la energía oscura y posibles señales de anisotropía primordial como la rotación preferente de galaxias. La posibilidad de que nuestro universo sea el interior de un agujero negro —o de muchos agujeros negros creando universos hijos— abre una nueva forma de pensar sobre la estructura en capas del cosmos.

Entre las fuentes más relevantes sobre este tema se encuentran Space.com, que analiza el debate actual en torno a la idea; ScienceAlert, que describe la base teórica y los argumentos a favor; y la ya mencionada University of Portsmouth, que publica los hallazgos originales del equipo.

Por otro lado, estimula nuevas preguntas: si vivimos en el interior de un agujero negro, ¿qué hay “fuera”? ¿Puede observarse la transición? ¿Se pueden detectar huellas directas del rebote? ¿Cómo afecta esto a conceptos como causalidad, espacio-tiempo y observabilidad? Si el modelo se confirma, implicaría que nuestro universo no es “la creación” desde nada sino un eslabón en una cadena de colapsos y rebotes cósmicos.

Reflexiones finales

La hipótesis de que el universo nació dentro de un agujero negro no es todavía ortodoxa, pero tampoco descabellada: ciertos datos y desarrollos teóricos la hacen viable como alternativa seria al modelo del Big Bang clásico. Desde una visión neutra, lo que aporta es un cambio de perspectiva: en lugar de un inicio “desde cero”, el universo podría representar una fase de transición en un sistema mayor.

Si bien quedan muchos detalles por demostrar —como replicar exactamente la distribución de galaxias, la radiación cósmica de fondo o la abundancia de elementos ligeros— el mero hecho de plantear un universo-agujero negro invita a reflexionar sobre nuestra posición en el cosmos. Más allá de curiosidades teóricas, permite cuestionar la concepción de “espacio” y “tiempo” como entidades absolutas, y sugiere que quizá formamos parte de un proceso físico más grande del que solo percibimos una pequeña fracción.

En última instancia, este modelo recuerda que la ciencia avanza también por ideas que parecen atípicas pero que, al ser rigurosamente formuladas, pueden abrir nuevas vías de investigación. Si al final se demuestra incorrecta, habrá muerto como idea útil. Si se demuestra correcta, cambiará nuestra visión del universo. Mientras tanto, vale la pena seguir observando con telescopios como el JWST y refinando las teorías físicas que nos permiten mirar más allá del horizonte.

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