Durante la última década, los satélites del proyecto Swarm de la ESA han detectado que una zona del campo magnético terrestre conocida como la South Atlantic Anomaly (Anomalía del Atlántico Sur) se está ampliando con rapidez. Esta área de debilitamiento magnético implica que satélites y naves que cruzan esa región quedan más expuestos a la radiación cósmica y a partículas cargadas solares, lo que puede provocar fallos técnicos o degradación de equipos. En el artículo se examina cómo se mide esta anomalía, qué mecanismos dentro de la Tierra podrían explicar su expansión, cuáles son las consecuencias prácticas para misiones espaciales y qué retos presenta para nuestras tecnologías orbitales. El texto también se centra en el papel de la misión Swarm como el producto clave que ha permitido documentar estos cambios con precisión creciente.
¿Qué es la Anomalía del Atlántico Sur y por qué importa?
La Anomalía del Atlántico Sur (SAA, por sus siglas en inglés) es una región donde el campo magnético terrestre es anomalamente débil comparado con un modelo ideal de dipolo. En esa zona, la superficie del cinturón de radiación de Van Allen se aproxima mucho más a la Tierra —unos 200 km de altitud—, lo que hace que satélites en órbita baja reciban una dosis mucho mayor de partículas cargadas .
Desde 2014 hasta 2025, los datos recopilados por la constelación Swarm indican que esta anomalía se ha expandido hasta ocupar un área equivalente a la mitad de Europa continental. Además, la expansión no es uniforme: la zona que apunta hacia África se está debilitando más rápido que la parte situada sobre Sudamérica.
El debilitamiento del campo magnético local significa que la “protección” frente a partículas ionizadas o rayos cósmicos es menor. Cuando los satélites cruzan esa región, el nivel de radiación puede superar el umbral tolerable para sus componentes electrónicos. Algunos satélites ya han reportado anomalías o apagados breves al atravesar la SAA (Wikipedia).
Técnicamente, si se define la SAA como el área donde la intensidad del campo magnético es inferior a unos 26.000 nanoteslas (nT), la región ha crecido más del 1 % de la superficie terrestre desde 2014. Además, el valor más bajo medido en la zona crítica descendió de aproximadamente 22.430 nT a 22.094 nT en ese intervalo.
En paralelo, en el hemisferio norte, el campo magnético se ha reforzado sobre Siberia y debilitado sobre Canadá, de forma que la distribución global del campo se está reequilibrando.
La misión Swarm: el “producto” que ha sacado a la luz esta evolución
Cuando hablamos del “producto principal” en este contexto, nos referimos a la constelación Swarm de tres satélites operada por la Agencia Espacial Europea. Lanzados en noviembre de 2013, estos satélites llevan instrumentos de alta sensibilidad (magnetómetros vectoriales y escalares, acelerómetros y medidores de campo eléctrico) diseñados para mapear con gran precisión el campo magnético terrestre.
Swarm ha superado su vida útil proyectada y sigue ofreciendo la serie de datos más larga y continua del campo magnético desde el espacio. Esa continuidad es esencial para detectar cambios sutiles año tras año (ESA).
Gracias a este sistema, los científicos pueden generar modelos temporales del campo y observar estructuras internas como los llamados reverse flux patches, zonas donde el flujo magnético vuelve al núcleo en lugar de emerger. Uno de esos parches se ha desplazado hacia el oeste sobre África, contribuyendo al debilitamiento acelerado de la SAA en esa zona.
En el hemisferio norte, la región magnéticamente fuerte sobre Canadá ha perdido aproximadamente un 0,65 % de superficie, mientras que la región sobre Siberia ha ganado un 0,42 %. Esa redistribución magnética coincide con el desplazamiento del polo norte magnético hacia Siberia (ESA).
Más allá del mapa geomagnético, los datos de Swarm alimentan modelos globales utilizados en navegación GPS, en sistemas inerciales y en predicción de riesgos del clima espacial. Sin este “producto”, muchos de los patrones actuales habrían pasado desapercibidos.
¿Por qué está cambiando la anomalía? Mecanismos internos de la Tierra
Para entender por qué la SAA se expande y debilita, hay que mirar al motor de la magnetosfera: el núcleo externo líquido de la Tierra. Allí, el hierro fundido en movimiento genera corrientes eléctricas que crean el campo magnético —un proceso denominado geodinamo.
Bajo la SAA se han identificado regiones donde las líneas de campo entran al núcleo en lugar de salir, un comportamiento contrario al esperado en un modelo dipolar. Al desplazarse estos reverse flux patches hacia el oeste, el campo superficial se debilita en esa área.
Otra hipótesis apunta a la influencia de la LLSVP (Large Low Shear‐Velocity Province), una enorme masa densa en la frontera entre el núcleo y el manto bajo África. Esta estructura podría alterar los flujos convectivos del núcleo y modificar la distribución magnética localmente.
El campo magnético terrestre no es un dipolo perfecto. Tiene componentes de orden superior —cuadrupolos, octupolos— que también evolucionan con el tiempo. Estas variaciones se expresan mediante series esféricas cuyos coeficientes cambian cada año. La combinación de esos términos genera asimetrías locales, responsables de fenómenos como la SAA.
Entre 2014 y 2025, la zona del Atlántico suroeste ha mostrado un ritmo de debilitamiento creciente desde 2020, lo que sugiere que los procesos internos se han acelerado en esa región particular (ESA). Además, el desplazamiento del polo norte magnético hacia Siberia refuerza la idea de que la configuración global del campo está en continua evolución.
En resumen, la expansión de la SAA parece ser consecuencia de una redistribución activa del campo magnético interno motivada por fenómenos dinámicos en el núcleo, más que por causas externas.
Riesgos y consecuencias para satélites y tecnología espacial
La expansión de la SAA tiene implicaciones directas para satélites en órbita baja, misiones humanas y sistemas espaciales sensibles.
Cuando un satélite atraviesa la SAA, se expone a un flujo más intenso de partículas energéticas. Estas pueden provocar errores de bit en memorias, dañar sensores, degradar paneles solares o incluso apagar subsistemas críticos. A largo plazo, la radiación acumulada acorta la vida útil de los equipos electrónicos y ópticos.
La Estación Espacial Internacional (ISS) dedica recursos adicionales de blindaje para mitigar estos efectos, mientras que el telescopio Hubble evita realizar observaciones sensibles cuando pasa por la anomalía. En misiones históricas como Skylab, se registraron falsas lecturas en sensores debido a la radiación.
Para los ingenieros de satélites, conocer la forma y evolución de la SAA es esencial. Permite planificar órbitas que minimicen la exposición, ajustar horarios de observación y diseñar blindajes y algoritmos de corrección de errores más robustos.
En misiones futuras con tripulación o con instrumentos de rayos X o gamma, el tiempo de exposición a la SAA será un parámetro de seguridad a considerar. Cada minuto en esa zona implica una dosis adicional de radiación ionizante que puede superar los márgenes establecidos para humanos o equipos delicados.
El crecimiento de la SAA significa que nuevas regiones de órbita baja podrían entrar en zonas de riesgo que antes no existían. Los modelos de misión deben actualizarse constantemente para reflejar la evolución real del campo magnético.
Reflexiones finales
La expansión de la Anomalía del Atlántico Sur, documentada gracias a los satélites Swarm, nos recuerda que el planeta sigue siendo dinámico incluso en sus capas más profundas. Estos cambios, perceptibles en escalas de pocos años, revelan la compleja interacción entre el núcleo líquido y el manto sólido de la Tierra.
Para la ciencia, la SAA ofrece una oportunidad de comprender mejor el funcionamiento del geodinamo terrestre y su influencia sobre la magnetosfera. Para la ingeniería espacial, representa un desafío creciente que obliga a rediseñar estrategias de mitigación, orbitografía y protección electrónica.
A medida que el debilitamiento magnético avance, podrían verse afectados no solo satélites y naves, sino también sistemas terrestres que dependen del campo magnético, como la navegación o la detección de radiación. Vigilar esta anomalía no es una cuestión académica, sino una necesidad tecnológica.
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Durante la última década, la Anomalía del Atlántico Sur se ha expandido y debilitado, exponiendo a los satélites a mayores niveles de radiación. Los datos del proyecto Swarm de la ESA permiten comprender cómo evoluciona el campo magnético terrestre y qué riesgos implica para la tecnología espacial.
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