El Alzheimer y otras formas de demencia representan hoy uno de los mayores retos de salud pública a escala global. Millones de personas ven deteriorada su memoria, su autonomía y su identidad a medida que avanzan procesos neurodegenerativos todavía sin cura definitiva. En este contexto, se están explorando nuevas vías terapéuticas que buscan ir más allá de los medicamentos tradicionales y ofrecer soluciones menos invasivas y más asequibles. Una de las líneas más prometedoras se centra en el uso de ultrasonidos y campos electromagnéticos de baja frecuencia aplicados directamente sobre la cabeza del paciente. Se trata de una aproximación que pretende intervenir en los mecanismos celulares responsables de la pérdida cognitiva, con la ventaja añadida de poder aplicarse en dispositivos portátiles de uso cotidiano.

Los fundamentos biológicos del deterioro cognitivo

El Alzheimer se asocia principalmente con la degeneración de estructuras celulares clave en el cerebro. Entre ellas destacan los microtúbulos, elementos cilíndricos del citoesqueleto que permiten la transmisión intracelular de señales eléctricas y la estabilidad estructural de las neuronas. Cada neurona contiene miles de microtúbulos que, cuando se desestabilizan, reducen la eficiencia en la conducción de impulsos eléctricos. La proteína tau es la encargada de mantenerlos unidos, pero en los cerebros afectados tiende a desprenderse y formar ovillos neurofibrilares. Este proceso incrementa la resistencia eléctrica en los circuitos neuronales y, en términos técnicos, disminuye la eficiencia sináptica.

Otro marcador clásico del Alzheimer son las placas amiloides. Durante décadas, los tratamientos experimentales han intentado reducir o eliminar estas acumulaciones, con resultados muy limitados. En la Universidad de Stanford se han realizado estudios que sugieren que la presencia de placas no siempre se correlaciona con el deterioro clínico, lo que ha puesto en duda la eficacia de terapias que las atacan de forma exclusiva. Además, el coste de medicamentos de última generación puede superar los 26.000 dólares anuales, como ocurre con el fármaco Leqembi según cifras de la Alzheimer’s Association (https://www.alz.org), lo que limita su accesibilidad para muchos pacientes.

Tecnología de ultrasonidos y campos electromagnéticos

Frente a estas limitaciones, se está estudiando un enfoque alternativo basado en la aplicación de campos electromagnéticos de muy baja frecuencia (ELF-EMF), combinados en ocasiones con ultrasonidos focalizados. Estos estímulos buscan reorganizar y estabilizar los microtúbulos neuronales. Según un artículo publicado en la European Journal of Neuroscience, la exposición intermitente a frecuencias cercanas a los 40 Hz puede mejorar de forma notable la actividad sináptica y las capacidades de memoria en modelos animales.

Desde un punto de vista técnico, los dispositivos utilizados generan campos de intensidad inferior a 1 mT, aplicados durante sesiones de entre 10 y 20 minutos diarios. Su diseño experimental se ha inspirado en aparatos domésticos, con un coste aproximado de 150 dólares, muy por debajo del precio de los fármacos de última generación. Los ensayos preliminares muestran incrementos de entre un 15 % y un 20 % en pruebas de memoria inmediata después de algunas semanas de uso. Este efecto neuromodulador se interpreta como una consecuencia de la estabilización de la proteína tau y de la mejora en la conductividad intracelular.

Retos y perspectivas de la investigación

Las cifras globales reflejan la urgencia de nuevas alternativas. La Organización Mundial de la Salud estima que existen más de 55 millones de personas que viven con demencia en el mundo, con alrededor de 10 millones de nuevos casos cada año. En términos económicos, el impacto alcanzó los 1,3 billones de dólares en 2019, gran parte de ellos relacionados con cuidados familiares e informales. En este contexto, un tratamiento asequible y accesible basado en ultrasonidos tendría un potencial social considerable.

Sin embargo, los retos son evidentes. Para que esta tecnología llegue a la práctica clínica, será necesario validar los resultados en ensayos de mayor escala, con protocolos estandarizados y un seguimiento a largo plazo. Aunque la exposición a campos de baja intensidad se considera segura, aún se desconocen los posibles efectos acumulativos tras varios años de uso diario. Del mismo modo, el desarrollo de algoritmos adaptativos que ajusten la frecuencia y la intensidad a cada paciente será fundamental para maximizar la eficacia y minimizar riesgos.

Reflexiones finales

El uso de ultrasonidos y campos electromagnéticos para tratar el Alzheimer plantea una de las alternativas más estimulantes en el campo de la neurociencia aplicada. Frente a terapias costosas y de eficacia limitada, la posibilidad de contar con dispositivos portátiles de aplicación doméstica abre un horizonte de esperanza tanto para pacientes como para sus familias. La clave estará en confirmar mediante evidencia sólida que estos efectos iniciales se traducen en una mejora sostenida de la memoria y la autonomía a lo largo del tiempo.

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